lunes, 30 de junio de 2008

Never Let Go - Camel





Otro gran tecladista, Peter Bardens, en una gran banda del rock progresivo, Camel.


Camel es una banda británica formada en 1971. Pertenece al género musical del rock progresivo.
Considerada como una de las mejores bandas surgidas de la escena progresiva de la década de 1970, Camel experimentó con elementos propios del jazz, la música clásica, el blues e incluso la música electrónica, para crear álbumes de notable creatividad y precisión técnica.
Asociada por la crítica musical al movimiento o sub-género "Escena Canterbury" junto con Caravan y otros grupos.



Ésta canción puede encontrarse en el primer disco de la banda, titulado "Camel". A continuación, información sobre ese disco:
"Camel", 1973

Canciones:
1. Slow Yourself Down (4:45)
2. Mystic Queen (5:40)
3. Six Ate (6:05)
4. Separation (3:57)
5. Never Let Go (6:22)
6. Curiosity (5:56)
7. Arubaluba (6:29)

Tiempo total: 39:14 minutos


Músicos:
- Andy Ward / batería, percusión
- Doug Ferguson / bajo, vocales (pista 2 y 6)
- Peter Bardens / teclados, vocales (pista 5)
- Andy Latimer / guitarra, vocales (pista 1 y 4)


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viernes, 27 de junio de 2008

Quién sos?

Situación hipotética:
"Persona pelotuda" (soyunapersonapelotuda@hotmail.com) te ha agregado a su msn. ¿Deseas aceptarlo en tu lista de contactos?.
Click en Aceptar.
Persona pelotuda ha iniciado sesión.

Persona pelotuda dice: wenazz
Yo dice: Hola.
Persona pelotuda dice: komo stazz?
Yo dice: Sentado.
Persona pelotuda dice: jejejejeje (con letras saltarinas que tardan 10 min en cargar)
Persona pelotuda dice: K kontazz??
Yo dice: Cuentos. De ciencia ficción.
Persona pelotuda dice: jejejejeje
Persona pelotuda te ha enviado un zumbido.
Persona pelotuda dice: kien sos¿¿¿

Y aquí es cuando "Persona pelotuda" me pone ante un gran dilema. No sólo porque yo debería ser quien preguntase eso, ya que ella me agregó a mí y no al revés.
También debido a que la pregunta "¿Quién sos?" es una pregunta sin respuesta. No podés explicar en pocas frases toda una vida de experiencias que van formando tu identidad como individuo. Puedo decir: soy Adriel. ¿Qué estoy diciendo con eso? Un nombre. A lo sumo podés resumir tu aspecto físico y partes de tu personalidad, pero probablemente ni en toda la vida uno puede llegar a saber quién es. Quizás sería como un objetivo inalcanzable, y la búsqueda de ese objetivo es un objetivo en sí mismo.
O sea, cuando vos te proponés un objetivo muchas veces lo que te da más felicidad no es llegar al objetivo sino el camino por el cual lo intentaste lograr. Una vez que llegás al objetivo, te puede dar satisfacción, pero tenés que plantearte otros objetivos nuevos, intentar superarte aún más. Si no se tuviesen objetivos, no tendría sentido seguir viviendo. Quizás el saber quién sos podría ser el objetivo inalcanzable que le da sentido a tu existencia.

O quizás no hay que buscarle la quinta pata al gato, el pelo al huevo, o el plasma 52" a un indigente, y dejar de buscar sentidos ocultos en donde no los hay.

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miércoles, 25 de junio de 2008

Child In Time - Deep Purple



Jon Lord, el maestro del Hammond.

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sábado, 21 de junio de 2008

Juancito - Biografía no autorizada


Voy a revelar la historia de Juancito. Él llegó en un asteroide a la Tierra hace millones de años, junto con muchos otros compañeros de su raza, quienes venían en una excursión turística para realizar deportes extremos.

Desafortunadamente, el guía se había tomado unas cuantas copas de más antes de llegar, y estrelló el asteroide contra el océano, en donde Juancito tuvo que sobrevivir largas eras, evolucionando y modificando su ADN. Para sobrevivir, se iba morfando otros compañeros de excursión, quienes a su vez se iban reproduciendo y poblando el planeta.

Luego de largas eras, ya era un embole para él esa vida de nadar y morfar. Por lo tanto decidió salir a tierra firme. Y allí no pudo contener su emoción al ver a otros de su especie, seres capaces de comunicarse con él. Pero no se dió cuenta que él ya no era de esa especie, que debido a sus mutaciones, ya no era aceptado como un congénere. Rechazado, golpeado física y emocionalmente, se refugió en una caverna secreta, en donde se dedicó a llorar mediante ultrasonidos (que es su forma de comunicarse).

Afortunadamente, yo poseo la capacidad de captar telepáticamente esos ultrasonidos, y decidí brindarle mi apoyo moral. Es por eso que lo adopté como mascota. Es realmente bondadoso e inofensivo, pese a su aspecto. Compartimos muchos momentos juntos, es más, en este momento me está acompañando mientras escribo esto... Es raro, a veces siento que me manipula para lograr algún maligno objetivo... Por ejemplo, no pude resistir mi negativa de sacarlo a pasear, me terminó convenciendo, y ahí afuera... pobre, estaba débil, no le pude negar un pequeño bocado de carne humana. No quedaba otra, era esa viejita o Juancito, y no tuve elección.

Fue un proceso rápido e indoloro, la inmovilizó con un grito ultrasónico y luego le arrancó la cabeza de cuajo. Ni un atisbo de dolor para la viejita. Y bueno, Juancito es carnívoro, no es su culpa. En este momento ya hace unos días que no come nada, debe tener hambre... Esperá Juancito, termino de escribir esto y te saco a pasear... NO, ESPERÁ! DEJAME! basst.....





ATENCIÓN, A TODOS LOS PLANETAS DE LA CONFEDERACIÓN SOLAR.
JUANCITO HA ASUMIDO EL CONTROL.

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jueves, 12 de junio de 2008

Exilio en el Infierno - Isaac Asimov

—Los rusos —puntualizó Dowling— enviaban prisioneros a Siberia mucho antes que el viaje espacial fuera algo cotidiano. Los franceses usaban la Isla del Diablo con ese propósito. Los ingleses los despachaban a Australia.
Estudió el tablero y detuvo la mano a unos centímetros del alfil.
Parkinson, al otro lado del tablero, observaba distraídamente las piezas. El ajedrez era el juego profesional de los programadores de computadoras, pero, dadas las circunstancias, no sentía entusiasmo. Estaba molesto. Y Dowling tendría que haberse sentido peor, pues él programaba el alegato del fiscal.


El programador solía contagiarse de algunas características que se atribuían a las computadoras, como la carencia de emociones y la impermeabilidad a todo lo que no fuera lógico. Dowling lo reflejaba en su meticuloso corte de cabello y en la pulcra elegancia de su atuendo.
Parkinson, que prefería preparar la defensa de los casos legales en que participaba, también prefería descuidar deliberadamente aspectos de su apariencia.

—Quieres decir que el exilio es un castigo tradicional y que, por lo tanto, no es particularmente cruel —comentó.
—No, sin duda es cruel, pero también tradicionalmente, en la actualidad, se ha convertido en la disuasión perfecta.

Dowling movió el alfil sin levantar la vista. Parkinson sí la levantó, aunque involuntariamente.
No vio nada, desde luego. Estaban en el interior, en el cómodo mundo moderno adaptado a las necesidades humanas y protegido contra la intemperie. Fuera, la noche resplandecería con la luz del astro.
¿Cuándo la había visto por última vez? Hacía mucho tiempo. Se preguntó en qué fase se encontraría. ¿Llena? ¿Menguante? ¿Creciente? ¿Era una brillante uña de luz en el cielo?

Debía ser una vista adorable. Lo fue en otros tiempos. Pero hacía siglos de eso, antes que el viaje espacial fuera común y barato y antes que el entorno se volviera tan refinado y estuviese tan controlado. Ahora, esa bonita vista en el cielo era una nueva y horrenda Isla del Diablo pendiendo en el espacio.
Nadie se atrevía a llamarla por su nombre. Ni siquiera era un nombre, sólo una silenciosa mirada hacia el cielo.

—Podías haberme dejado programar el alegato contra el exilio en general —dijo Parkinson.
—¿Por qué? No habría alterado el resultado.
—Éste no, Dowling. Pero podría influir en casos futuros. Los castigos futuros se hubiesen conmutado por sentencia de muerte.
—¿Para un culpable de destruir el equipo? Estás soñando.
—Fue un acto de furia ciega. Hubo intento de dañar a un ser humano, de acuerdo, pero no se intentó dañar el equipo.
—Nada, eso no significa nada. La falta de intención no es excusa en estos casos, y lo sabes.
—Debería ser una excusa. Eso era precisamente lo que yo deseaba alegar.
Parkinson adelantó un peón para proteger el caballo.
Dowling reflexionó.
—Tratas de continuar atacando a la reina, Parkinson, y no te lo permitiré... Veamos... —Y mientras meditaba, dijo—: No estamos en los tiempos primitivos, Parkinson. Vivimos en un mundo superpoblado, sin margen para el error. Bastaría con que se fundiera un consistor para poner en peligro a una considerable franja de la población. Cuando la ira pone en peligro toda una línea energética, es algo serio.
—No cuestiono eso...
—Parecías cuestionarlo cuando elaborabas el programa de la defensa.
—No. Mira, cuando el haz de láser de Jenkins atravesó la distorsión de campo, yo mismo estuve expuesto a la muerte. Una demora mayor a un cuarto de hora habría significado el fin para mí también, y lo sé perfectamente. Sólo sostengo que el exilio no es el castigo apropiado.

Tamborileó sobre el tablero para mayor énfasis, y Dowling sujetó la reina antes que se cayera.

—Estoy sujetándola, no moviéndola —murmuró. Recorrió con la vista una pieza tras otra. Seguía dudando—. Te equivocas, Parkinson. Es el castigo apropiado porque no hay nada peor y se corresponde con el peor delito. Mira, todos dependemos por completo de una tecnología compleja y frágil. Una avería podría matarnos a todos y no importa si la avería es deliberada, accidental u obra de la incompetencia. Los seres humanos exigen la pena máxima para cualquier acto así, pues es el único modo de obtener seguridad. La simple muerte no es lo suficientemente disuasoria.
—Sí que lo es. Nadie quiere morir.
—Y nadie quiere vivir allá en el exilio. Por eso hemos tenido un solo caso en los últimos diez años y únicamente un exiliado. ¡Vaya, a ver cómo te las arreglas ahora!

Movió la torre de la reina una casilla a la derecha.
Se encendió una luz. Parkinson se puso de pie.

—La programación ha terminado. La computadora ya tendrá el veredicto.
Dowling levantó la vista con una expresión flemática.
—No tienes dudas sobre el veredicto, ¿eh? Deja el tablero como está. Seguiremos después.

Parkinson estaba seguro que no tendría ánimos para continuar la partida. Echó a andar por el corredor hacia el juzgado, con su paso ágil de costumbre.
En cuanto entraron Dowling y él, el juez se sentó y luego entró Jenkins, flanqueado por dos guardias.
Jenkins estaba demacrado, pero impasible. Desde que sufrió aquel ataque de furia y, por accidente, dejó todo un sector sumido en la oscuridad mientras atacaba a un compañero, debía conocer la inevitable consecuencia de su imperdonable delito. No hacerse ilusiones sirve de ayuda. Parkinson no estaba impasible. No se atrevía a mirar a Jenkins a la cara. No podría haberlo hecho sin preguntarse, dolorosamente, qué pensaría Jenkins en ese momento. ¿Acaso absorbía con cada uno de sus sentidos todas las perfecciones de aquel confort antes de ser arrojado para siempre al luminoso infierno que surcaba el cielo nocturno? ¿Saboreaba aquel aire limpio y agradable, las luces tenues, la temperatura estable, el agua pura, el entorno seguro diseñado para acunar a la humanidad en un dócil confort?
Mientras que allá arriba...
El juez pulsó un botón y la decisión de la computadora se convirtió en el sonido cálido y sobrio de una voz humana normalizada.

—La evaluación de toda la información pertinente, a la luz de la ley de la nación y de todos los precedentes relevantes, lleva a la conclusión que Anthony Jenkins es culpable del delito de destruir el equipo y queda sometido a la pena máxima.
Sólo había seis personas en el tribunal, pero toda la población lo escuchó por televisión.
El juez empleó la fraseología de costumbre:
—El acusado será trasladado al puerto espacial más cercano y, en el primer medio de transporte disponible, será expulsado de este mundo y vivirá exiliado mientras dure su vida natural.

Jenkins pareció encogerse, pero no dijo una palabra.
Parkinson se estremeció. ¿Cuántos lamentarían la enormidad de semejante castigo, fuera cual fuese el delito? ¿Cuánto tiempo pasaría para que los hombres tuvieran la humanidad de eliminar para siempre el castigo del exilio?
¿Alguien podría imaginar a Jenkins en el espacio sin sentir un escalofrío? ¿Podían pensar en un congénere arrojado para toda la vida en medio de la población extraña, hostil y perversa de un mundo insoportablemente caluroso de día y helado de noche, un mundo donde el cielo era de un azul penetrante y el suelo de un verde más penetrante e intenso aún, donde el aire polvoriento se arremolinaba tumultuoso y el viscoso mar se levantaba eternamente?

Y la gravedad; ese pesado, pesado, eterno ¡tirón!
¿Quién podía soportar el horror de condenar a alguien, cualquiera que fuese la razón, a abandonar el acogedor hogar de la Luna para ir a ese infierno que flotaba en el cielo: la Tierra?

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miércoles, 11 de junio de 2008

La Última Pregunta - Isaac Asimov

Pensaba pegarlo acá, pero es medio largo para ponerlo. Pero por favor, si tienen algo de tiempo pásense por acá y léanlo.

Es un cuento que te vuela la mente, el giro que le da a la historia sólo en las 2 frases finales es un ejemplo de la genialidad de Asimov. No quiero hablar de más porque sé por experiencia que voy a terminar cagándoles el final (perdón Gastón, leelo igual). Si se quedan con ganas de más de este excelente escritor, después posteo algún cuento corto que entre.

Por las dudas les dejo el link de nuevo, no sean pajeros y léanlo!

LA ULTIMA PREGUNTA - ISAAC ASIMOV

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jueves, 5 de junio de 2008

Reflexión de Ayn Rand

"Quien intenta vivir para los demás es un dependiente. Es un parásito en su motivación y hace parásitos a quienes sirve. La relación no produce más que una mutua corrupción. Es imposible conceptualmente. Lo que más se aproxima a ello en la realidad –el hombre que vive para servir a otros- es el esclavo. Si la esclavitud física es repulsiva, ¿cuánto más repulsivo es el servilismo del espíritu? El esclavo conquistado tiene un vestigio de honor, tiene el mérito de haber resistido y de considerar que su condición es mala. Pero aquel que se esclaviza voluntariamente, en nombre del amor, es la más baja de las criaturas. Degrada la dignidad humana y degrada el concepto de amor. Esta es la esencia del altruismo.


A los hombres se les ha enseñado que la virtud más alta no es crear, sino dar. Sin embargo, no se puede dar lo que no ha sido creado. La creación es anterior a la distribución, pues, de lo contrario, no habría nada que distribuir. La necesidad de un creador es previa a la de un beneficiario. No obstante, se nos ha enseñado a admirar al parásito que distribuye como regalos lo que no ha producido. Elogiamos un acto de caridad. Nos encogemos de hombros ante un acto de realización.

Se nos ha enseñado que la primera preocupación debe consistir en aliviar el sufrimiento de los demás. Pero el sufrimiento es una enfermedad. Si uno se la encuentra, intenta dar consuelo y asistencia. Hacer de eso el más alto testimonio de virtud es considerar al sufrimiento como lo más importante de la vida. Entonces el hombre debe desear ver sufrir a los demás para poder ser virtuoso. Tal es la naturaleza del altruismo. El creador no tiene interés en la enfermedad, sino en la vida. Sin embargo, la obra de los creadores ha eliminado una enfermedad tras otra, en el cuerpo y en el espíritu humanos, y ha producido más alivio para el sufrimiento que lo que cualquier altruista pueda jamás concebir.

Se nos ha enseñado que es una virtud estar de acuerdo con los otros. Mas el creador es alguien que disiente. Se nos ha enseñado que es una virtud nadar con la corriente. Pero el creador nada contra la corriente. Se nos ha enseñado que estar juntos constituye una virtud. Pero el creador está solo.


Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo de mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa. Esas son funciones del ego.


En esto la reversión de los valores básicos es más mortífera. Toda virtud ha sido pervertida y al hombre no se le ha dejado libertad alguna. Como polos del bien y del mal, se le ofrecieron dos concepciones: altruismo y egoísmo. El altruismo se define como el sacrificio del yo por los otros. El egoísmo, como el sacrificio de los otros por el yo..... Esto ató al hombre irrevocablemente a otros hombres y no le dejó más que una elección de dolor: su propio dolor en aras del bien de los demás, o el dolor de los demás en aras de su propio bien. Cuando se agregó la monstruosa idea de que el hombre debe encontrar felicidad en el sacrificio, la trampa quedó sellada. El hombre se vio forzado a aceptar el masoquismo como su ideal, con el sadismo como alternativa. Este es el fraude más terrible que se ha perpetrado en contra de la humanidad.

Este es el sacrificio por el cual la dependencia y el sufrimiento se perpetuaron como los fundamentos de la vida.

No se trata de elegir entre el auto sacrificio y dominación, sino entre independencia y dependencia. El código del creador o el código del parásito. Esta es la cuestión básica, cuestión que descansa sobre la opción de la vida o la muerte. El código del creador está construido sobre las necesidades de la mente que razona y que permite al hombre sobrevivir. El código del parásito está construido sobre las necesidades de una mente incapaz de sobrevivir. Todo lo que procede del ego independiente es bueno. Todo lo que procede del parásito dependiente es malo.

El verdadero egoísta no es quien sacrifica a los demás. Es el que no tiene necesidad de usar a los demás de ninguna forma. No obra por medio de ellos. No está interesado en ellos en ningún aspecto fundamental. Ni en su objeto, ni es su móvil, ni en su pensamiento, ni en su deseo, ni en la fuente de su energía. El verdadero egoísta no vive para ninguna otra persona y no le pide a nadie que viva para él. Esta es la única forma de fraternidad y de respeto mutuo posible entre los seres humanos.

Los grados de capacidad varían, pero el principio básico es siempre el mismo: la medida de la independencia de alguien, su iniciativa y su amor por su trabajo determinan su talento y su valor. La independencia es la regla para evaluar la virtud y el valor humano. Lo que vale es lo que el hombre es y hace de sí mismo, no lo que haya o no haya hecho por los demás. No hay sustitutos para la dignidad personal. No hay más parámetro de la dignidad personal que la independencia.
En las relaciones adecuadas no hay sacrificio de nadie hacia nadie. Un arquitecto necesita clientes, pero no subordina su obra a los deseos de ellos. Ellos lo necesitan, pero no le encargan una casa sólo para darle trabajo. Las personas comercian por libre y mutuo consentimiento, y en beneficio mutuo, cuando sus intereses coinciden y ambos desean el intercambio. Si alguno no lo desea, no está obligado a tratar con el otro, entonces ambos siguen buscando. Esta es la única forma posible de relación entre iguales. Cualquier otra es una relación de esclavo y amo, de víctima y verdugo.

Ningún trabajo se hace colectivamente por la decisión de una mayoría. Todo trabajo creativo se realiza bajo la guía de un único pensamiento individual. Un arquitecto necesita muchos hombres para levantar un edificio, pero no les pide que sometan a votación su diseño. Trabajan juntos por libre acuerdo y cada uno es libre en su función respectiva. Un arquitecto emplea acero, cristal y cemento que otros han producido. Pero esos materiales siguen siendo sólo acero, cristal y cemento hasta que él los utiliza. Lo que él hace con ellos es su producto y su propiedad como individuo. Esta es la única forma de cooperación entre los hombres.

El primer derecho en la Tierra es el derecho al ego. El primer deber del hombre es para consigo mismo. Su ley moral consiste en nunca hacer de los demás su objetivo principal. Su obligación moral es hacer lo que él desee, siempre que su deseo no dependa primordialmente de los demás. Esto incluye las acciones del creador, el pensador y el verdadero trabajador. Pero no incluye las del gángster, el altruista y el dictador.

Una persona piensa y trabaja sola. Pero no puede robar, explotar ni gobernar sola. El robo, la explotación y el gobierno presuponen la existencia de víctimas. Implican dependencia. Corresponden a la jurisdicción del parásito.

Los que gobiernan no son egoístas. No crean nada. Existen, enteramente, a través de los demás. Su fin está en sus súbditos, en la actividad de esclavizar. Son tan dependientes como el mendigo, el trabajador social o el bandido. La forma de dependencia carece de importancia.

Pero se nos ha enseñado a considerar a los parásitos, tiranos, emperadores y dictadores, como los exponentes del egoísmo. Mediante este fraude fuimos obligados a destruir al ego, a nosotros mismos y a los demás. El propósito del fraude fue destruir a los creadores, o someterlos, que es lo mismo.

Desde el principio de la historia, los dos antagonistas han estado frente a frente: el creador y el parásito. Cuando el antiguo creador inventó la rueda, el antiguo parásito respondió inventando el altruismo.

El creador, negado, combatido, perseguido, explotado, continuó, siguió adelante y guió a toda la humanidad con su energía. El parásito no contribuyó en nada, más allá de los obstáculos. La contienda tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.

El bien común de una colectividad, una raza, una clase, un Estado, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre los hombres. Los mayores horrores de la historia han sido cometidos en nombre de móviles altruistas. ¿Acaso alguna vez algún acto de generosidad altruista ha igualado a todas las carnicerías perpetradas por los discípulos del altruismo? ¿El defecto reside en la hipocresía humana, o en la naturaleza del principio

Los carniceros más temibles han sido los más sinceros. Creían en la sociedad perfecta alcanzada mediante la guillotina y el pelotón de fusilamiento. Nadie cuestionó su derecho a asesinar, porque asesinaban con un propósito altruista. Se aceptó que el hombre debe ser sacrificado por otros hombres. Cambian los actores, pero el curso de la tragedia se mantiene idéntico: un humanitario que empieza con declaraciones de amor hacia la humanidad y termina con un mar de sangre.

Continúa y continuará mientras los hombres crean que una acción es buena si no es egoísta. Eso permite que el altruista actúe y obliga a su víctima a soportarlo. Los líderes de los movimientos colectivistas no piden nada para sí mismos pero miren los resultados.

El único bien que los hombres pueden darse recíprocamente y la única declaración de su correcta relación es: ¡Déjenme en paz!"


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