miércoles, 20 de febrero de 2008

Conducto C - Isaac Asimov

“—No se ofenda, pero parece una persona desprovista de toda emoción.
—¿De veras? —La voz de Mullen no se alteró, se mantuvo en el mismo tono bajo y preciso, pero algo tensa—. Eso es sólo entrenamiento y autodisciplina, Stuart, no es natural. Un hombre menudo no puede tener emociones respetables. ¿Hay algo más ridículo que un hombrecillo como yo embargado por la furia? Mido un poco más de uno cincuenta y peso cincuenta y cinco kilos.
»¿Puedo ser engreído? ¿Soberbio? ¿Erguirme cuan alto soy sin provocar hilaridad? ¿Dónde hallar una mujer que no me desdeñe al instante con una risita? Naturalmente, tuve que aprender a despojarme de toda manifestación externa de emoción.
»Habla usted de deformidades. Nadie repararía en sus manos ni sabría que son diferentes si usted no se empeñara en hablar de ellas en cuanto conoce a la gente. ¿Cree que los veinte centímetros de altura que me faltan se pueden ocultar? ¿No es lo primero y en la mayoría de los casos lo único de mí que notará una persona?
Stuart se sentía avergonzado. Había invadido una intimidad en la que no le correspondía inmiscuirse.
—Lo lamento.
—¿Por qué?
—No debí obligarle a hablar de esto. Debí haber visto por mí mismo que usted..., que usted...
—¿Que yo qué? ¿Que trataba de demostrar algo? ¿Que trataba de demostrar que mi cuerpo menudo escondía un corazón de gigante?
—Yo no lo habría expresado con tono burlón.
—¿Por qué no? Es una idea necia y no fue el motivo por el que hice lo que hice. ¿Qué hubiera logrado con eso? ¿Acaso ahora me llevarán a la Tierra, me plantarán ante las cámaras de televisión (bajándolas, por supuesto, para enfocarme el rostro, o poniéndome de pie en una silla) y me prenderán medallas en el pecho?
—Es muy probable que lo hagan.
—¿Y de qué me servirá? Dirán: «Vaya, y eso que es un enano.» Y después ¿qué? ¿Le diré a cada persona que conozca que soy ese fulano al que condecoraron el mes pasado por su increíble valor? ¿Cuántas medallas cree usted que se necesitan, señor Stuart, para sumarme veinte centímetros, y por lo menos, veinticinco kilos más?
—Dicho así, comprendo a qué se refiere.
Mullen estaba hablando ya más deprisa, con un acaloramiento controlado que saturaba sus palabras, llevándolas a la temperatura ambiente.
—Había días en que pensaba que ya les demostraría algo a ellos, a ese misterioso «ellos» que incluye a todo el mundo. Abandonaría la Tierra y conquistaría otros mundos. Sería un nuevo y más bajito aún Napoleón. Así que dejé la Tierra y me fui a Arcturus. ¿Y qué podía hacer en Arcturus que no hubiera hecho en la Tierra? Nada. Llevo libros contables. De modo que he superado esa vanidad, señor Stuart, de tratar de erguirme de puntillas.”


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